Salgo de casa y me abraza el frío. Pero no un frío helador o posesivo, sino un frío amable y refrescante. El cielo azul me saluda, mientras los rayos del madrugador sol me acarician templando mi piel. Y la música... La música llena mis oídos y me transporta fuera de mi cuerpo para poder disfrutar de esta excelente mañana sin ataduras.
Temo que es un corto viaje hasta el instituto, donde pasaré encerrado el resto del día. Aún así, es suficiente para renovar mi entusiasmo y volver a hacer que luzca mi sonrisa. La vida está llena de este tipo de pequeños momentos de felicidad. Sólo cuando seamos capaces de reconocerlos y aprovecharlos, entonces podremos vivir de verdad.